La húngara
La húngara era una chica húngara, como bien dice su nombre, no era un mote sin fundamento ni nada por el estilo, sino un gentilicio.
Aquel día estaba en Moes haciendo la calle, pavimentándola. No era prostituta, sino constructora. Peón de obra. Con ella se daba una extraña circunstancia. Era la gente de a pie la que dedicaba piropos al obrero. Cosa que no era de extrañar, porque la chica estaba de muy buen ver. En otros tiempos fue modelo, top model. París, Milán, Barcelona, Nueva York... siempre de aquí para allá y de acá para allí con un vestidito mono que estrenar. Ahora no. Ahora como he dicho hacía la calle, pavimentándola. Son las cosas de la vida,
son las cosas del querer,
un día estás en las revistas,
otro día quitas parquet.
oooooooooolé.
O lo que fuese que estaba picando con la taladradora, cuando ese chico, Jhon creo que se llamaba, se acercó sigilosamente por su espalda estando ella agachada, inclinada más bien, y la tiró bruscamente del pelo.
Ay mi pequeña princesa!,- dijo en un tono afable que rozaba casi lo paternal,- no deberías estar aquí. Ven conmigo. Éste no es tu lugar.
Ella aceptó encantada y siguió a su príncipe, azul, porque ese era el color de su traje, hasta la hormigonera... al parecer ese era el sitio que le correspondía.
Allí realizó las labores propias de su profesión.
Aquel día estaba en Moes haciendo la calle, pavimentándola. No era prostituta, sino constructora. Peón de obra. Con ella se daba una extraña circunstancia. Era la gente de a pie la que dedicaba piropos al obrero. Cosa que no era de extrañar, porque la chica estaba de muy buen ver. En otros tiempos fue modelo, top model. París, Milán, Barcelona, Nueva York... siempre de aquí para allá y de acá para allí con un vestidito mono que estrenar. Ahora no. Ahora como he dicho hacía la calle, pavimentándola. Son las cosas de la vida,
son las cosas del querer,
un día estás en las revistas,
otro día quitas parquet.
oooooooooolé.
O lo que fuese que estaba picando con la taladradora, cuando ese chico, Jhon creo que se llamaba, se acercó sigilosamente por su espalda estando ella agachada, inclinada más bien, y la tiró bruscamente del pelo.
Ay mi pequeña princesa!,- dijo en un tono afable que rozaba casi lo paternal,- no deberías estar aquí. Ven conmigo. Éste no es tu lugar.
Ella aceptó encantada y siguió a su príncipe, azul, porque ese era el color de su traje, hasta la hormigonera... al parecer ese era el sitio que le correspondía.
Allí realizó las labores propias de su profesión.
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